Armando Frezze
En Reunión del Grupo Salta hicimos un homenaje al Dr. ARMANDO FREZZE.
Se leyó un artículo que él escribió y publicó en el año 2005 y que hoy volvemos a traer a disposición del lector por su actualidad y vigencia. Espero que lo disfruten.
"La oreja que falta"
Por
Armando Frezze *
Imaginar que Internet y su universal base de datos nos
hará
más inteligentes o más
sabios, es tan falso como creer que los automóviles
nos harán
más educados. E imaginar que tener auto, celular, PC, todos los electrodomésticos
y un poco más
por las dudas, nos hará felices, también resulta una clara mentira. Porque
hoy, aunque tengamos mucho, nos falta una oreja.
Nos
falta
conversación,
diálogo,
compañía
que escuche. Hace poco Leonor Arfuch escribió que la conversación es quizás la más corriente de nuestras prácticas, la cual por no requerir habilidad especial, se confunde con el habla. Podría enmendarse un detalle de ese concepto y decir que la conversación "era" una práctica
corriente. Hoy "la caja
boba" de la TV encapsula a los mayores de treinta años,
y a los que tienen menos de esa edad los
cloroformizan los juegos de PC, navegaciones sin destino por Internet o
aislamientos por el estilo, y les impiden y les atrofian el ancestral ejercicio de la conversación. A lo sumo, en su reemplazo sólo hay charla, es decir parloteo superficial sobre
cualquier tema (una constante en las FM) y
esa desmesura está
matando la conversación y sus frutos.
¿Quién recuerda hoy sus reglas de oro? Eran tres: hablar
poco, no hablar de lo
que no se sabe, y nunca hablar de uno mismo. La regla primera, hablar poco, implicaba tener una
oreja siempre dispuesta para escuchar al otro, que era lo más lo importante. Hoy sólo hablamos de nosotros mismos, de nuestros
problemas, de nuestros
objetivos, de nuestros éxitos o fracasos, de nuestra salud,
pero poco nos interesa oírlo
al otro. Es que la conversación, tradicionalmente, era una entrega y un encuentro
y hoy parece ser un monólogo de
dos **. El
escritor Santiago Kovadloff ha
subrayado con agudeza que, en este siglo nuevo, las personas más que oírse en el hablar se alternan en el decir, en un ejercicio de festiva incomunicación. Porque
ni oyen ni escuchan ni se
interesan; hoy hace falta
otra oreja ***. La
política,
la justicia, los parlamentos, las
instituciones y las corporaciones, las universidades y los clubes, la familia y los amigos, parecen haber perdido una
oreja. Sería
más que
útil
recuperar la capacidad de escucha
y reanudar la conversación al modo tradicional; el primer ejercicio práctico, casi
obligado, será
decir lo menos posible la palabra "yo".-
(*)
Publicado en la revista “Raíces” número 34. Salta, 2005.
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Notas
añadidas por Gregorio Caro Figueroa
(**)
Refiriéndose a las tertulias en Francia a comienzos de la segunda mitad del
siglo XVIII, la historiadora italiana BenedettaCraveri – nieta de Benedetto
Croce – dice: “El talento para escuchar era más apreciado que el talento para
hablar, y una exquisita cortesía frenaba la vehemencia e impedía el
enfrentamiento verbal”. De su libro “La cultura de la conversación”, (2001).
(***) Eugenio D’Ors refiriéndose a la incapacidad de diálogo que
atribuye a los españoles escribió: “No llamemos así al juego de monólogos
intercalados, por instrumento de interrupciones más o menos bruscas. Ni tampoco
a aquellos interrogatorios, en que una de las partes, maquiavélica, extrae todo
el jugo a la otra y la hace largamente cantar,
sin descubrirse ella”. Añadió D’Ors: “No. Todo eso lo tenemos nosotros; pero
todo esto no es aún diálogo. El verdadero diálogo empieza allí donde, por medio
de la diserta palabra, se da y se recibe, y se recibe y se da con cierta
proporción, pero sin cálculo, en obediencia dulce a los sentimientos de la
humanidad, de civilidad, de curiosidad”. Concluye: “el hombre que habla en
monólogo, que da y no recibe, obra en función de Pensamiento dogmático. El que
lo hace, según los interrogatorios a
que nos referíamos, en que recibe sin dar, obra en función de Pensamiento
político. Pero el que entrega y recoge, y recoge entregando, y entrega
recogiendo; el que dialoga, en fin,
obra en función de Pensamiento filosósifo; éste, estrictamente, piensa” (De su
conferencia “De la amistad y del diálogo”, Residencia de Estudiantes. Madrid,
16 de febrero de 1914).